domingo, 17 de septiembre de 2023

Los antiguos edificios de la calle Alcalá, 48 y 50 y la Sastrería de Emilio Núñez, uno de los sastres de Franco

El interés de un lector por un comercio de la calle del Alcalá nos llevó a escribir la historia de la tienda de tejidos y confecciones “Al Capricho”. A su vez, entre las fotografías publicadas en ese artículo, el ojo avizor de otro lector identificó los carteles de la “Sastrería Emilio Núñez”, situada en el número 28 de la Manzana 272.

Dispuestos a contar la historia de la sastrería a partir del edificio que ocupó, encontramos una variedad de conexiones con otros comercios, instituciones y personas.


El edificio de Alcalá, 28
La búsqueda 
La comparativa de planos antiguos con la cartografía actual ofrecen diferencias notables en el ordenamiento de las casas, numeración y denominación de las calles. La localización por Manzanas facilita la tarea de búsqueda y los Parcelarios municipales muestran, cronológicamente, las constantes modificaciones del callejero matritense. En su conjunto, son útiles para la localización de un lugar concreto. 
Sumado a esto, la consulta de varios expedientes de licencias de obras del siglo XIX correspondientes al Archivo de la Villa, arrojan datos sobre los edificios y permiten aportar nuevas historias de lo que vemos y recuperar la de aquellos espacios que ya no existen. 

Centrados en las numeraciones de la calle de Alcalá 48 y 50, y su relación con la Sastrería de Emilio Núñez, los edificios localizados que se muestran en la siguiente imagen correspondieron a las propiedades de: 

[A] D. Fernando Fernández Casariego (casa número 4 y 5, antiguo – Alcalá, 52, moderno de la época – Actual 30-32).
[B] D. Carlos Villamil / Ignacio de Olea (casa 3, antiguo – Alcalá, 50, moderno de la época).
[C] D. Lorenzo García (casa 2, antiguo – Alcalá, 48, moderno de la época).



Esta configuración de casas sufrió modificaciones, incluso la trazada de la calle de Cedaceros.
Continúan en pie el edificio [A], actual Consejería de Educación, Universidades, Ciencia y Portavocía de la CAM, y el del número 28 (antiguo 50), donde estuvo la sastrería.
En el lugar que ocupó el edificio [C] y parte de lo que fue Al Capricho y los sucesivos comercios, se construirá en la década de los 60 del siglo XX el edifico del Banco Popular.




Estos edificios tienen muchas cosas que contar, principalmente de sus propietarios y su relación con la vida municipal, política y comercial de Madrid. 

Lorenzo García y el antiguo edificio de la calle de Alcalá, 48 
En julio de 1850, el comerciante don Lorenzo García, propietario de la casa situada en la calle de Alcalá, 48, solicitaba permiso al Ayuntamiento Constitucional para derribarla por encontrarse en estado ruinoso y levantar una de nueva planta proyectada por el arquitecto Juan Moran Labandera. En febrero de 1851 quedaba aprobado el expediente. [Acceso al documento]
Como vimos en las imágenes, la casa lindaba con los números 46 y 50, tal y como se expresaba en el expediente de obra.

Lorenzo García era propietario del gran almacén de papeles pintados, transparencias, molduras de oro y objetos de adorno de la calle del Carmen, 18. En 1847 se asociaba con Narciso y Ginés Bruguera, conocidos comerciantes capitalistas con intereses en varios negocios; entre ellos, los almacenes “A la Villa de París”, situados en la calle Carretas, 35; después en la de Montera, 8 y más tarde en la esquina de la calle de Alcalá con la de Sevilla (antigua de Peligros), encima del Café Suizo.


La Compañía Española General de Comercio
En 1846, Lorenzo García fue miembro de la Junta fundadora y director de la Sociedad anónima Compañía Española General de Comercio, en unión de otros comerciantes y capitalistas entre los que se encontraban Antonio Jordá y Santandreu, Narciso y Ginés Bruguera, Mateo de Murga, Francisco de las Rivas, y otros tantos asociados.

Según había informado la dirección, los grandes almacenes de la Compañía, suministradores al por mayor y al por menor, se abrirían consecutivamente entre el 1º y el 15 de septiembre de ese año: el primero en la calle Capellanes, 10 (casa antigua de la Misericordia), adquirido en propiedad, y el segundo en la calle del Carmen. Al año siguiente se abriría un Bazar en el pasaje de Murga, también conocido como pasaje del Comercio (calle de la Montera, 33 moderno).

Una noticia de El Español, del 11 de julio de 1846, nos habla del almacén de la calle Capellanes: 
«Según nos han asegurado, la casa situada en la calle de Capellanes, frente a la plazuela de las Descalzas, donde estuvieron las oficinas del Eco del Comercio, ha sido comprada por una sociedad de capitalistas. Esta noticia nos la confirma un periódico de la tarde cuando dice que, esa sociedad piensa derribar la finca, a cuyo efecto se han mandado ya desocupar todas las habitaciones, y construir un edificio de nueva planta, destinado a grande almacén de toda especie de quincalla, relogería y otros géneros de comercio, en el que podrán surtirse las demás tiendas y tratantes al pormenor. El nuevo local deberá estar dispuesto con el mayor lujo, y tendrá todas las dependencias necesarias para almacenar con la debida separación la enorme cantidad de manufacturas que piensa reunir la nueva empresa».
Para muchos resultará conocida la ubicación del gran almacén porque allí nacerán los famosos bailes y la emblemática casa Viena Capellanes.

Meses más tarde, el 16 de octubre, el mismo periódico se hacía eco de la noticia publicada por El Clamor y daba cuenta de la inauguración de la gran tienda situada en la calle del Carmen.
«Ayer a las siete de la tarde se abrió la gran tienda de géneros de moda que la Compañía Española de Comercio ha establecido en la calle del Carmen. La extensión de esta magnífica tienda, el lujo y aparato con que está adornada, y la abundancia, variedad y esmerado gusto de todos sus géneros, colocan a este establecimiento en una esfera superior a cuantos de su clase existen en esta corte.
En prueba del lujo con que está adornada la tienda de la sociedad del Comercio, bastará decir que la estantería, elegante, simétrica y barnizada de blanco, se distingue por sus remates y molduras doradas; en los intermedios de las puertas hay magníficos espejos con marcos preciosos, confidentes y sillas con asientos de terciopelo carmesí; y tanto en la parte interior como en la de afuera, lujosos quinqués de reverbero.
En la noche de ayer era inmensa la concurrencia, y los elegantes dependientes que sirven el establecimiento, no tenían manos a despachar los géneros, especialmente los que merecen la elección del bello sexo. Gran porvenir está reservado sin duda a una sociedad que comienza con tales auspicios. Si la tienda abierta ayer al público madrileño con tanta pompa y lucimiento ha llamado la atención hasta un punto indecible, el despacho extraordinario que se está verificando en el depósito que tiene la misma compañía en la calle de Capellanes no traerá menores beneficios a esta empresa colosal, que reúne a la vez grandes capitales y personas sumamente entendidas».
En el Archivo de la Villa se conserva el expediente de obras realizadas en el edificio de la calle Capellanes, 10, a solicitud de sus propietarios: Narciso y Ginés Bruguera y Lorenzo García. Se trata de licencias de obra de 1853 y 1854. Existe otro expediente de 1860 en el que aparece únicamente Ginés Bruguera como propietario.



El almacén de papeles pintados y otras propiedades
En 1853, el almacén de Lorenzo de la calle del Carmen, 18, fue adquirido por los señores Casimiro Mahou y Santiago Ballesteros, dueños del almacén del mismo género titulado “Las Maravillas”, de la calle Espoz y Mina, 4. Estos empresarios habían instalado su fábrica en la carretera de la Mala de Francia, cerca del depósito del canal de Isabel II.

"Las Maravillas" fábrica de papeles pintados de los señores Mahou y Ballesteros.
La Ilustración. Madrid, 6 de abril de 1857

Cuando los comercios cerraban o se fusionaban con otros, muchos dependientes probaban suerte y constituían sus propios comercios, siempre avalándose ellos mismos como exempleados de tal señor o tal comercio. Ese fue el caso de los emprendedores Gregorio Fernández y José Blanco (Blanco-Fernández y Compañía), antiguos dependientes de Lorenzo García, quienes adquirieron el almacén del mismo ramo titulado “La Moderna”, situado —casualmente— en la calle de Alcalá, 50.


A este escenario, con importantes asociaciones, nuevas construcciones, avances del comercio y la industria madrileña, se sumaba la monumental reforma de la Puerta del Sol. Por este último motivo, en 1857 se le expropian a Lorenzo su finca de la calle Montera, 4, y las de la calle del Carmen 10 y 13. La tasación total fue de 1.772.491,53 rs. vn. 
Lorenzo García falleció en Madrid el 29 de marzo de 1858, dejándonos esta historia de vida. 

En lo que respecta al emporio creado por la Compañía Española General de Comercio, el Bazar instalado en el pasaje de Murga cerró sus puertas en 1848 por decisión de la Junta directiva de la Compañía. Por su parte, a finales de 1849 dejó de existir el almacén de la calle Capellanes, 10. De aquel floreciente emporio sólo se conserva el pasaje de la calle Montera.

Carlos Villamil, Ignacio de Olea y el antiguo edificio de la calle de Alcalá, 50
El 7 de diciembre de 1846, don Carlos Villamil, propietario de la casa 3 de la calle de Alcalá número 50, solicitaba al Ayuntamiento la demolición de la casa existente para construir otra de nueva planta. En febrero de 1847 se verificaba la venta del solar a don Ignacio de Olea, quien presentaba un nuevo proyecto. La licencia era aprobada el mes de marzo.
En la imagen vemos los dos proyectos incluidos en el expediente 4-48-70 (1846/47), ambos firmados por el arquitecto Miguel García.


La reducción de la longitud en la fachada del proyecto de Olea con respecto al de Villamil venía expresada en el expediente con indicación de la Comisión de obras, seguramente en previsión de la trazada de la calle Cedaceros que afectaría a los edificios de Alcalá, 46 y 48.

Carlos Villamil
Era el primitivo propietario de Alcalá, 50. Vivía en ese domicilio cuando en 1838 ocupó el cargo de Regidor del Ayuntamiento Constitucional, tal y como consta en el Diario de Avisos de Madrid del 18 de marzo de ese año. Su vinculación con el consistorio será reiterada, en 1856 volverá al consistorio por orden de Francisco Serrano.


Fue presidente de la Sociedad especial minera “La Linaresa”. Curiosamente, algunas de sus juntas generales se celebraron en el Centro minero de la calle Capellanes, 10.
En septiembre de 1861 esta sociedad se fusionaba con la especial minera “Segunda Makirna”, formando la Compañía “Linaresa y Segunda Makirna Unidas”.
Villamil también fue propietario del edificio ubicado en la calle de Santa Isabel, 1 esquina con la de Atocha, 50. El inmueble aún existe. 



Ignacio de Olea y Artiaga
Este segundo propietario también tuvo vinculación con el Ayuntamiento, siendo alcalde en dos ocasiones. Primero en 1843 y después en 1854. Además, fue Senador Vitalicio del Reino en la legislatura 1854-1860. [Ver ficha del Senado]


Si todos los citados fueron personas importantes en diferentes ámbitos y durante el convulso Madrid isabelino, el sastre que ha sido motivo de la realización de este artículo también lo fue en su ramo y en su época. A las conexiones, casualidades y/o curiosidades que han estado presentes en este texto, se suma ahora lo anecdótico.

La sastrería Emilio Núñez
En el principal del edificio de Alcalá, 28, se instalará en 1926 el sastre Emilio Núñez. Curiosamente, en el mismo lugar estuvo la sastrería “Walter. Ladies & Gentlemen Taylor”. Sabemos que Núñez y Walter pudieron trabajar en sociedad durante un tiempo.

También estuvieron en ese edificio la agencia en Madrid de los "Vapores-Correo de A. López y Compañía" y las oficinas centrales de la "Casa Faustino Nicoli", afamado marmolista con presencia en Madrid desde 1835. Los talleres y almacenes estaban en la calle Pacífico, 28, y en la calle de Fuenterrabía, 4. 

Otros de los vecinos instalados allí fueron la Cooperativa de capitalización y crédito “La Providencia de España” y al menos dos compañías de Seguro Marítimo que se hundieron rápidamente. En 1936 se instaló en la tercera planta la Sociedad “TAULESTO”, fabricantes de los chalecos del mismo nombre contra balas de armas cortas. También estuvo allí desde 1925 la librería “Voluntad”, hasta su cierre en 1931. Pero hubo más comercios que trataremos en otro artículo. 

Emilio Núñez fue uno de los tantos sastres acostumbrados al corte clásico, con una clientela variopinta pero acomodada. La ubicación de su sastrería daba cierta categoría que él sabía aprovechar. Quizás por eso, fue uno de los sastres de Franco y, según sus palabras, también del rey Juan Carlos I. 
Así lo había contado en una entrevista a Hoja del Lunes realizada con motivo del fallecimiento del dictador; sin embargo, nada decía del monarca. 
Recordaba que la primera vez que hizo un trabajo para Franco había sido en 1934, por el luto de su madre. En aquellos tiempos acudía a la sastrería a hora temprana, antes de las pruebas de otros clientes.
Más adelante, en 1936, le confeccionó un frac, un chaqué y dos trajes de paisano con el mejor paño inglés. Decía que aquellos trajes habían costado 325 pesetas cada uno. El mismo frac, sometido a algunos retoques, lo había utilizado Franco en 1966 para la ceremonia de reinauguración del Teatro Real.

En 1937, en su sastrería de Salamanca, confeccionó el traje militar que aparece en fotografías históricas durante la presentación de credenciales de los embajadores de Italia y Alemania. Luego, acabada la guerra, confeccionará el uniforme de Falange y «otros blancos, sencillos, cerrados por una fila de botones». Años después, le confeccionará algún gabán y chaquetas cruzadas, al menos hasta la década de los sesenta. 


Núñez reconocía que durante la guerra y la postguerra se encontraba con muchas dificultades por la falta de producción de telas españolas, por lo que debía recurrir al género extranjero. Antes y después, como lo hicieron sus colegas del siglo XIX trayendo las novedades de la moda de París, con frecuencia se anunciaba que Emilio Núñez había regresado de Londres con las últimas novedades para su sastrería.

La nueva vida madrileña de la década de los cincuenta y los importantes avances en la industria textil le permitieron codearse con lo más granado de la moda. Así, después de treinta y seis años al frente de su sastrería, en 1962 participará en el Festival de las Fibras Modernas, celebrado en el parque de El Retiro. Junto a él, los sastres Ginés Lorca, López Herbón, Juan Camps y “El dique flotante”.
En el evento se presentaron ochenta y seis modelos de los modistos Pedro Rodríguez, Asunción Bastida, Santa Eulalia, Molas-Ruiz, Pedro Rovira, Herrera y Ollero, Lino, Marbel, Vargas Ochagavía y Lanvin-Castillo. Para entonces, Núñez ya formaba parte de la Alta sastrería de Madrid. 
Por cierto, el diseñador de la firma francesa Lanvin-Castillo era Antonio Cánovas del Castillo (Antonio Castillo), descendiente del presidente Cánovas.

PUEBLO. Madrid, 16 de abril de 1962 (Año XXIII, núm. 7037)

Os invitamos a disfrutar del desfile, al que asistieron 1500 personas (todas de rigurosa etiqueta) accediendo al archivo NO-DO de RTVE desde este enlace: [NOT N 1009 B - Informaciones y reportajes. Minuto 2:49]

Las crónicas del evento resaltaban el triunfo del ARTILENE, tejido compuesto de legítima lana de Australia y fibra de terylene, resistente a las arrugas, casi sin necesidad de plancha, de secado rápido y tan resistente como "el acero". De los dieciséis trajes masculinos que desfilaron, doce estaban confeccionados con ese tejido.
«Con Artilene se pueden confeccionar toda clase de prendas. Ayer lo pudimos comprobar: desde el traje “sport” hasta el de vestir, o al elegante chaqué, o al confortable gabán. En verano, el Atilene constituye el tejido ideal: liviano, fresco y de muy poco peso. En invierno se sigue llevando, pero sobre todo para la fabricación de pantalones».


Poco más podemos contar del sastre Emilio Núñez. La investigación genealógica no aportó datos y la información gráfica es escasa, por lo que es muy limitada la historia, aunque también muy interesante.


Al menos, la mirada atenta del lector que localizó el cartel colocado en la fachada del edificio y amablemente nos facilitó las etiquetas de una prenda de su colección, fue motivo suficiente para la realización de este artículo. 

En señal de agradecimiento, a él se lo dedicamos.


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Bibliografía y Cibergrafía
 
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Biblioteca Virtual de Prensa Histórica
Revista Vogue
 
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domingo, 3 de septiembre de 2023

La pensión de la calle del Olivo donde el joven Benito Pérez Galdós escribió La Fontana de Oro

«Don José de Pereda dueño de una casa sita en esta Corte calle del olibo bajo esquina a la de la Abada nº 17 de la manzana 364; a V. E. hace presente que tratando de redificarla de nueva planta con arreglo al diseño que acompaño firmado por el Arquitecto D. José Antonio Pérez que ha de dirigir la obra por lo que. A V.E. Suplico se sirva conceder la competente licencia para la tira de cuerdas y demás requisitos de costumbre fabor que espera recibir de V.E. Madrid 17 de julio de 1835»

Con estas palabras, el señor José de Pereda solicitaba al Ayuntamiento de Madrid la licencia para construir una casa de nueva planta. Concedida esta el 29 de julio de 1835, se aprobó el inicio de las obras el 1 de agosto.

Dicho así no tiene nada de particular, salvo por tratarse de un lugar relevante para Madrid y la literatura española. En la pensión que hubo en la segunda planta de aquella casa se instalará en 1863 el jovencísimo Benito Pérez Galdós. Lo hará después de habitar unos meses, desde finales de septiembre de 1862, en la casa de huéspedes de la calle de las Fuentes, 3.

Como indicaba el señor de Pereda, su propiedad estaba ubicada en la calle del Olivo (actual Mesonero Romanos) esquina con la calle de Abada; casa desde donde Galdós se dirigirá a “La Docta” (Universidad Central) y, con mayor frecuencia, a flanear por las calles madrileñas, visitar el Ateneo viejo, el Café Universal y el novísimo Teatro Real.

Como ocurrió con otras casas habitadas por el escritor a lo largo de su vida en Madrid, este edificio desapareció, sin encontrar en la actualidad ninguna señalización indicativa de su importancia.

No exageramos, porque en una habitación de aquella pensión Galdós comenzará su etapa como periodista y allí nacerá uno de sus mayores éxitos: La Fontana de Oro. Y en esa misma habitación, o en la fonda, se fraguará la idea de escribir novelas seriadas, históricas pero breves; patrióticas, pero entretenidas, que años más tarde llevarán el título de Episodios Nacionales.

Dicho esto, nos situamos en 1835 para conocer la fisonomía del edificio que albergó la pensión llamada popularmente “la pajarera”.



Como es lógico, el arte del delineante nos ofrece una visión inmaculada del edificio, ausente de suciedades, de trapos colgando, esterillas raídas y toldos desvencijados; de fachadas con toscos carteles y las cicatrices propias del tiempo. Sin embargo, no es difícil imaginar su aspecto.

En la siguiente imagen podemos ver la casa número 17 de la Manzana 364, correspondiente a la Planimetría General de Madrid (1749 - 1770) y su ubicación en el Plano Parcelario de Madrid de Carlos Ibáñez e Ibáñez de Íbero (1872 -1874).



Resulta curioso que el apellido del propietario sea el mismo del escritor José María de Pereda, quien años más tarde se encontrará con Galdós en aquel lugar, tal y como refiere Leopoldo Alas «Clarín» en el Tomo primero de sus Obras Completas - Galdós (1912):

Un día del verano del 71, esperaba yo en el vestíbulo de una fonda de esta ciudad a que bajara un amigo mío a quien había avisado que le esperaba allí. Maquinalmente me puse a leer la lista de huéspedes que tenía delante, y vi que uno de ellos era D. Benito P. Galdós. Con ánimo de visitarle pregunté por él inmediatamente a un camarero que pasaba. «Ahí le tiene usted», me respondió señalando a un joven vestido de luto que salía del comedor. Me hice cruces mentalmente, porque no podía imaginarme yo que tuviera menos de cuarenta años un hombre que se firmaba Pérez Galdós, y además Benito, y además hablaba de los tiempos de D. Ramón de la Cruz y de la Fontana de Oro como si los hubiera conocido. 
En efecto, como ya hemos indicado, allí se escribirá La Fontana de Oro (1867 – 1868) y también La Sombra (1870) y El Audaz (1871), además de unas obras de teatro destinadas a permanecer en un cajón. 

Galdós en la pensión
En Memorias de un desmemoriado (1914), el ya septuagenario Don Benito recordará los años de juventud y citará la pensión:
En aquella época fecunda de graves sucesos políticos precursores de la Revolución, presencié confundido en la turba estudiantil el escandaloso motín de la noche de San Daniel —10 de Abril del 65—, y en la Puerta del Sol me alcanzaron algunos linternazos de la Guardia Veterana, y en el año siguiente el 22 de junio, memorable por la sublevación de los sargentos en el cuartel de San Gil, desde la casa de huéspedes, calle del Olivo, en que yo moraba con otros amigos, pude apreciar los tremendos lances de aquella luctuosa jornada. Los cañonazos atronaban el aire; venían de las calles próximas gemidos de víctimas, imprecaciones rabiosas, vapores de sangre, acentos de odio… Madrid era un infierno. A la caída de la tarde, cuando pudimos salir de la casa, vimos los despojos de la hecatombe y el rastro sangriento de la revolución vencida.
Recordemos que en 1865 se declaró una epidemia de cólera-morbo asiático. El joven Galdós, estrenado como columnista en La Nación, escribirá en aquella pensión el artículo titulado Una industria que vive de la muerte; episodio musical del cólera (La Nación, 2 y 6 de diciembre de 1865). Recomendamos la lectura del artículo Corona y Virus (Parte I): Un episodio musical del Cólera. Galdós, 1865.  

Además de las columnas Revista musical y Revista de la semana de La Nación, colaborará en la Revista del Movimiento Intelectual de Europa, desde 1865 hasta el 1867; comenzará a colaborar en 1870 con la Revista de España y durante todo el año 1871 escribirá críticas políticas en El Debate, periódico del que será director.
Llegaron por fin a su casa, que era de las que llamamos de huéspedes, y estaba, según cuenta quien lo sabe, en una mala calle situada en un barrio peor, la cual si llevara nombre de varón como lo lleva de hembra, se llamaría del Rinoceronte. Subieron al cuarto, que era segundo con entresuelo, por la mal pintada, peor barrida y mucho peor alumbrada escalera, y antes de que llamaran abrió con estruendo la puerta una hermosa harpía….
En ese párrafo, el insigne escritor hacía referencia en El doctor Centeno a esta pensión de la calle del Olivo, recreando la atmósfera y fisonomía del lugar. En ese ambiente que describe en la misma novela con olor a fritanga, peligroso y con un pasillo largo, «con tres vueltas, parecido a una conciencia llena de malicias y traiciones», comenzarán las novelas de la primera época o, como las define el catedrático Germán Gullón: “de la primera manera”.

En 1871 Galdós pasará parte del verano en Santander. A su regreso se instalará con parientes suyos en la segunda planta de una casa de alquiler de la calle Serrano, 8. Luego vendrán otros domicilios, y en ellos más novelas, obras de teatro, los Episodios Nacionales, su participación en la política y otras muchas actividades. Después, el paso a la eternidad en el hotelito de la calle Hilarión Eslava. Toda esa vida y obra madrileñas, en su conjunto, tuvo su origen en la humilde pensión de la calle del Olivo.  

El edificio sucumbió a los efectos de la piqueta y en 1963 se levantó la mole impersonal que hoy perdura, propiedad de una famosa firma comercial. Desaparecía así todo vestigio, borrándola del paisaje madrileño y sin una placa que recuerde su relevancia.

Al menos hoy hemos tenido la posibilidad de conocer como era. Retenla en tu memoria, paciente lector, para imaginarla cuando pasees por la calle de Mesonero Romanos, esquina a la de Abada, muy cerca de la Plaza Callao y no muy lejos de la Puerta del Sol.




Artículo relacionado:

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Historia Urbana de Madrid
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Bibliografía y Cibergrafía
 
Fuentes consultadas:

VALERO GARCÍA, Eduardo, 2019. Benito Pérez Galdós. La figura del realismo español. Valencia: Editorial Sargantana, p. 223. ISBN: 978-84-17731-36-6 https://www.benitopérezgaldós.com/ 

Biblioteca Nacional de España - Hemeroteca digital - Biblioteca digital hispánica
Archivo de la Villa - Memoriademadrid - Ayuntamiento de Madrid

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viernes, 4 de agosto de 2023

Origen y desaparición de AL CAPRICHO, la tienda de tejidos y confecciones de la calle de Alcalá, 26.

Hace unos días un lector dejaba un comentario en la sección FOTOTECA HUM de Historia urbana de Madrid. Solicitaba lo siguiente:
«Sería posible conseguir una foto de un comercio de telas y vestidos, que estaba situado en calle Alcalá esquina Cedaceros en los primeros años del siglo XX llamado 'Al Capricho'». 
Aunque no pudimos encontrar fotografías de su interior, conoceremos la fachada y otros datos derivados de una intensa búsqueda. Con ellos, aumentamos la escasa historia que existe de ese comercio. 
 
Al Capricho. Su origen
Debemos remontarnos a 1865 para conocer el lugar donde años más tarde se instalará la primera tienda de “Al Capricho”. 

El 8 de abril de ese año, D. José Vasallo y Unzaga, solicitaba licencia para construir de nueva planta un edificio en el tercero de los cuatro terrenos en que se había dividido el desaparecido convento de las Vallecas. Se trataba de la parcela correspondiente a la de la calle Angosta de los Peligros (actual de la Virgen de los Peligros) esquina con la de Aduanas (antigua Angosta de San Bernardo), de la Manzana 290. 

El Archivo de la Villa conserva el expediente que nos sirve para hacernos una idea de la fisonomía del edificio que hoy pervive, pero con variaciones por reformas realizadas en 1973.



En el elegante inmueble, situado en el número 1 de la calle Peligros (actual Virgen de los Peligros, 3), el catalán don Timoteo Padrós Parals fundará en 1878 un almacén dedicado a la venta de ropa para niños y señoras denominado “Al Capricho”.

1878

1884

Allí se vendían, a precios módicos, tejidos, trajes de lana, sombreros y abrigos para niños; y para las señoras abrigos, camisas, batas, etc. Además, disponía de sastrería. 
En 1882 ya era un comercio reconocido y a sus liquidaciones concurría mucho público. Tal es así, que habilitaban los salones del entresuelo para las ventas corrientes. 

Timoteo Padrós era socio del Ateneo de Madrid desde 1884 con el número 4963. Vivió en el principal derecha de la calle de Villanueva, 17, y años después en la calle Cedaceros.
En 1897 formó parte en la fundación del Sindicato de productores de Madrid, con domicilio en la calle de Atocha, 16. Este sindicato bregaba por los intereses generales de los productores nacionales y muy particularmente de la industria madrileña. 

Traslado a la calle de Alcalá
En octubre de 1883 trasladaba su negocio a la calle de Alcalá, 48 (26 moderno), con entrada por la de Cedaceros, 1; sin embargo, en la transición, continuaba funcionando el de la calle Peligros, mientras buscaban para el nuevo local “sastresas prácticas en la costura de abrigos de señoras”. Meses después, ya en 1884, demandaban “señoritas inteligentes y prácticas en la venta de confecciones y modas”. Después, “dependientas prácticas en la venta de artículos de señora”.

El interior de la tienda
El señor Juan Francisco Nieva, lector solicitante, amplia datos sobre el interior de este comercio a partir de una noticia publicada en el periódico La Dinastía, del 31 de enero de 1889. El periodista Alfonso Pérez Nieva, corresponsal en Barcelona, describía el interior de la tienda: 
«Todo el mundo cortesano lo conocía; era el comercio de moda en trajes femeniles; algo así como la morada de la diosa del buen gusto. Sus escaparates expléndidos se abrían á las calles de Alcalá y de Peligros; el interior de la tienda, amplio y espacioso, más parecía el apartado de una exposición; allá, al fondo, se prolongaba un gabinetito de prueba y un suntuoso salón atestado de maniquís; en medio caía el local de recibo, decorado con artística anaquelería, y por una corta escalera se bajaba al taller, adornando la estancia principal artísticos biombos con pinturas al óleo de asuntos campesinos. Pero sobre todo, lo que placía más del establecimiento era su sello modernista, el dejo de finura parisién que trascendía del local en conjunto, de sus instalaciones, de sus dueños, de sus señoritas al despacho; la fisonomía á la inglesa, aristocrática y culta, propia solo del alto comercio londinense, que le caracterizaba, y que tan poco abunda en nuestros horteras trasuntos aun del antiguo covachuelista… Sin duda por eso el público elegante invadía El Capricho [sic] y á la caída de la tarde, sobre todo, de vuelta del paseo veíase siempre la suntuosa tienda atestada del alto mundo, que iba á comprarse allí, sus atavíos expléndidos».

Un incendio devastador
Pérez Nieva hacía esa descripción a propósito del incendio producido poco después de las tres de la madrugada del 20 de enero. 
«Hoy El Capricho es un montón de trapos quemados; la tienda de boulevard ya no existe; el fuego, el eterno enemigo de los terciopelos y de las plumas, ha devorado las enormes existencias del precioso almacén; multitud de familias han quedado por el pronto sin medio de ganarse el sustento; el dueño, un inteligente catalán de voluntad de acero, arrollado por la mala fortuna, tendrá que imponerse y de hecho se ha impuesto á la catástrofe y todo por una punta de cigarro que quedó encendida, por un fósforo mal apagado, por una chispa de la plancha, por cualquier cosa, por ese poco de llama que besado por ese soplo de aire, constituyen la amenaza eterna, el peligro continuo suspendido sobre la cabeza del comerciante».
Surgía una vez más la polémica sobre los incendios en Madrid y las deficiencias del Gobierno civil en cubrir las necesidades del aguerrido cuerpo de bomberos. Ni hablar del escaso control por parte del consistorio en lo tocante a legislación contra incendios rozando ya el siglo XX. 
Agregaba Pérez Nieva:
«Este incendio puso una vez más de relieve las deficiencias de los bomberos; nada diré del personal; cada uno de los individuos del cuerpo es un león; pico en mano adquieren algo del ímpetu formidable de los titanes, se les ve en los sitios de mayor peligro; diríase que el fuego les conoce y les huye y que las llamas les temen. Por eso mismo se ocurre pensar qué no harían hombres tan intrépidos, dotados de un material novísimo y de todos los medios de que la ciencia moderna les ha dotado en el extranjero, cuando tal acometen con un mal pico».

 


Pero el incendio de Al Capricho, como otros tantos que se repartían por la amplia geografía urbana, daban cabida al oportunismo, como podemos ver en esta noticia de La Correspondencia de España, del 21 de enero, en la que aprovechan el trágico suceso para hacer publicidad de un novedoso invento. 




Renacimiento
A pesar de la aparatosa quema, Al Capricho renació de sus cenizas en poco tiempo y con la misma fuerza emprendedora de don Timoteo y su familia.

En 1891 aparece “PETIT BARCELONA – CEDACEROS”, la sección económica de Al Capricho que desaparecerá en 1895, año en que la sección pasará a denominarse simplemente “AL CAPRICHO – SECCIÓN ECONÓMICA”. En todo caso, se trataba de las ofertas por liquidación de temporada.

Nueva generación
El 2 de enero de 1901 fallecía Timoteo. Sus hijos, Carlos y Juan Padrós y Rubió, y la esposa de este último, doña Emilia Revuelta, continuarán con el negocio. 


Avanzaba el siglo XX y la demanda de personal era mayor, con reclamos como estos: “buenos oficiales de sastre” y “oficialas que sepan hacer blusas marineras”. “Hacen falta buen cortador de sastre para vestidos de señora y primera oficiala modista que sepa cortar con perfección”. 
Estos reclamos son muestra de lo exigentes que eran Juan y su esposa, encargada de la sección de vestidos de señoras y sombreros de fantasía.
Los talleres de Al Capricho llegaron a contar con 200 operarios de ambos sexos, además de los que colaboraban externamente.

En 1920 anuncian el cierre por obras de reforma. Para entonces, el local ocupaba los números 26 y 28 de la calle de Alcalá.

Juan Padrós
Los hermanos Carlos y Juan Padrós han pasado a la historia del deporte por ser los primitivos fundadores del Real Madrid Club de Fútbol y sus presidentes, además de otros logros relacionados con el futbol madrileño. Pero esa es otra historia.

Nos centramos en la figura de Juan Padrós por ser el que aparecía en las publicidades de la tienda y por su relación directa con la industria madrileña.

Juan había nacido en Barcelona en 1869 y llegó a Madrid en 1886 para atender el negocio familiar. Hombre de férreos principios, fue un naturista vegetariano muy activo en la sociedad matritense.
Miembro de la Sociedad Vegetariana Española, impartió varias conferencias sobre naturismo y las ciudades jardines; incluso en la propia tienda, donde, además, podían comprarse las revistas del momento dedicadas al naturismo y vegetarianismo.
Después de la implantación en 1919 del primer seguro social público de cobertura de vejez, formó parte de los primeros patronos que se afiliaron al seguro obligatorio de retiros obreros.

Según algunas fuentes, Juan se retiró del negocio en 1921. Quizás eso ocurriera en 1924, cuando falleció su esposa. El matrimonio no tuvo descendencia. 


En 1925 era considerado el decano del vegetarianismo español y en 1926 asumió la vicepresidencia de la Sociedad Vegetariana de Madrid. Curiosamente, el secretario de esa Sociedad era Santiago Valero Carretero, tío abuelo del autor de este artículo.

Pero no solo se dedicó al ramo textil; a su faceta de naturista y vegetariano debemos sumar su incursión en el turismo a través de su albergue campestre “El Berrocal”, situado en Arenas de San Pedro (Ávila), población en la que falleció el 11 de mayo de 1932. 


Desaparición de Al Capricho
Volviendo a la tienda de la calle de Alcalá, en marzo de 1926 un anuncio publicado en La Libertad daba cuenta de la reapertura de Al Capricho con un nuevo propietario.


En realidad, la firma comercial de los Padrós desaparecía y pasaba a llamarse “Romero Carmona y Compañía”, comercio del ramo que había estado en la calle de Carranza, 9. 


Gran parte del género que había dado prestigio entre dos siglos a Al Capricho, se liquidaba en otras tiendas de saldos.



Romero Carmona trabajaba con el género de “Los tejidos A. G. B.”, prestigiosa firma muy solicitada por los modistos parisienses. De hecho, en París se publicaba la revista de moda femenina “Art Goût Beauté” (A. G. B.).


Lo cierto es que en 1927 las sederías "Los Tejidos A. G. B.", sucursal de la de París, se instala en el local que había ocupado Romero Carmona. En un principio se anunciará como "Les Tissus A. G. B.". 


La siguiente publicidad, del coleccionista rgibrat16 (Girona), nos permite cumplir con la solicitud del lector y ofrecer una fotografía de lo que había sido la fachada de Al Capricho. 
Nada hemos conseguido de su interior, salvo una descripción; pero, al menos, conocemos la fisonomía que pudo tener después de la reforma de 1920.




Una vista más general de la vía, correspondiente al Archivo Ruiz Vernacci (Instituto del Patrimonio Cultural de España, Ministerio de Cultura y Deporte), nos muestra el edificio en su totalidad.



Lo que ocurrió después fue una sucesión de comercios de otros ramos que ocuparon las instalaciones del primitivo negocio, como la zapatería “Calzados Eureka”, instalada en 1938. 


Quizás hubo algún otro comercio antes de la desaparición del edificio, en cuyo solar se edificó en 1962 una sucursal del Banco Popular Español.


Según una noticia del portal Hosteltur.com, el edificio fue adquirido en 2009 por Mutualidad de la Abogacía y vendido en 2022 a Millenium Hospitality. Otro hotel para Madrid... por si hubiera pocos. 

Final de la historia
Así finaliza esta historia. Colaboración altruista para satisfacer la curiosidad de un vecino de Madrid y que también ofrecemos al público general con la intención de recuperar la memoria de un comercio madrileño postinero, ganador de medallas por sus bordados en seda, por la calidad de sus géneros y sus manufacturas.

Nada queda en el paisaje urbano madrileño que recuerde la existencia de Al Capricho, comercio que representa un símbolo más del avance industrial y comercial de Madrid entre dos siglos gracias a los emprendedores de aquellos tiempos.



© 2023 Eduardo Valero García - HUM 023-003 AL CAPRICHO
Historia Urbana de Madrid
ISSN 2444-1325


Bibliografía y Cibergrafía
 
Para conocer más sobre la familia Padrós:
El matrimonio compuesto por Timoteo Padrós Parals y Paula Rubió Queraltó tuvieron cinco hijos, de los cuales destacaron los siguientes:


Fuentes consultadas:

Biblioteca Nacional de España - Hemeroteca digital - Biblioteca digital hispánica
Biblioteca Nacional de Francia
Archivo de la Villa - Memoriademadrid - Ayuntamiento de Madrid
Biblioteca Virtual de Prensa Histórica
Todocolección.net
 
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